La biblioteca de Paris

  (Trad. Del inglés de Gemma Rovira)

 

  ¡Qué gusto tan grande volver a leer! Tras una temporada en que apenas era capaz de leer, de repente voy encadenando libros que me han permito recuperar el gusto y las ganas de hacerlo. Uno de ellos ha sido La biblioteca de Paris.



Me gustan las bibliotecas y me atraen los libros que hablan sobre ellas. Yo misma lo he hecho más de una vez en el blog; en esta entrada mencionaba mi fascinación por el  catálogo, similar a la que siente Odile, la protagonista.

Pensé en Tía Caro: había sido ella quien me había dado a conocer el Sistema de Clasificación Decimal Dewey ¡Qué bien que me lo pasaba sentada en su falda durante la Hora del Cuento cuando era pequeña! Y con nueve años ya me enseñó el catálogo de fichas, un extraño mueble de madera compuesto por numerosos cajoncitos, cada uno con una letra

-Aquí dentro encontrarás los secretos del universo.

 Tía Caro abrió el cajón de la letra “T”; dentro había una gran cantidad de tarjetas.

-Cada ficha contiene información que abre mundos enteros. ¿Por qué no echas un vistazo? Seguro que encuentras alguna sorpresa.

 Me asomé al interior del cajón. Fui pasando las tarjetas hasta que una me llamó la atención.

- ¡Turrón!

 Me enseñó a buscar la siguiente pista, un número de clasificación que nos conduciría a la sección, al estante y al libro en cuestión. ¡Era una búsqueda del tesoro!

(pag.60-61)

  También como ella quería ser bibliotecaria, aunque terminase trabajando como archivera (un trabajo mucho más fascinante e interesante de lo que la literatura da a entender. Sobre eso debería hablar un día)

  Otro motivo por el que disfruté el libro es que, aunque no me gusten los libros de nazis  si lo hacen los que hablan sobre la segunda guerra mundial.  Aquí nos habla de Paris durante la guerra y la ocupación nazi; cómo vivían los parisinos y como se las arregló la biblioteca americana para seguir en funcionamiento a pesar de todo.

  Me gusta la forma en que describe al personal de la biblioteca, desde la directora, la señorita Reeder, que previamente había trabajado en la biblioteca del Congreso, de Washington hasta

Boris Netchaeff, el cortés bibliotecario jefe, franco ruso, siempre impecable con su traje azul y su corbata …

 que me hace pensar en el conde Rostov, el protagonista de Un caballero en Moscú. Además

Boris era famoso por sus dotes para la biblioterapia. Sabía qué libros curaban un corazón roto, que había que leer un día de verano y que novela debías escoger si necesitabas evadirte. 

  Nos presenta también a algunos de los usuarios habituales de la biblioteca que terminan por convertirse en amigos y casi familia. La profesora Cohen, a quien le prohibirán la entrada en la biblioteca, por ser judía; Monsieur de Nerciat y el señor Pryce Jones que verán puesta a prueba su amistad por culpa de la guerra.  Sabremos de la importancia que tuvieron los voluntarios para poder sacar adelante el trabajo a través de la figura de Margaret y nos presentará a la condesa Clara de Chambrun, patrocinadora de la biblioteca y que se hará cargo de la dirección cuando la señorita Reeder tenga que irse.

  Hubo un momento en que recordé  el confinamiento y como los libros y la lectura, junto con el cine y las series o la música (ya fuera a través de la red o de nuestra propiedad) nos ayudó a sobrellevar la situación. Tampoco pude evitar acordarme de la biblioteca creada en el Hospital de Ifema para conseguir que los allí ingresados pudieran sobrellevar no solo la enfermedad sino el aislamiento .

_ ¿Tanto se interesan los franceses por los libros estadounidenses? - me preguntó un periodista con pelo canoso y escaso. Parecía cansado, o mejor dicho, hastiado-. ¿y los soldados tienen tiempo para leer?

_Un general envió varios camiones desde la Línea Maginot para recoger material de lectura, dije con aplomo-. Sí, los soldados tienen tiempo, y nuestro objetivo es apoyar a los que están enfermos, heridos o tristes. Debemos ayudar a levantarles la moral.

_ ¿La moral? Entonces, ¿para qué enviarles libros? ¿Por qué no les envían vino? –intervino un pelirrojo-. Yo lo preferiría

Bueno, nadie ha dicho que sean objetos incompatibles _respondí

Todos rieron

_pero sí, ¿por qué libros? Pues porque ninguna otra cosa posee esa capacidad mágica de hacer que las personas veamos con los ojos de otros. Nuestra biblioteca es un puente de libros entre cultura.

[…] _Todos tenemos un libro que nos ha cambiado para siempre _dije_. Un libro que nos permite saber que no estamos solos. ¿Cuál es el suyo?

_Sin novedad en el frente_ me contestó.

833

_Ayúdennos a correr la voz. Ayúdennos a hacerles llegar  a los sodados los libros que ustedes amaron  (pág. 151-1529)

  El libro no solo destila amor por las bibliotecas sino también por la lectura. Desde casi la primera página, cuando Odile antes de su entrevista de trabajo para calmar sus nervios abre un libro hacia la mitad (no le gusta hacerlo por las primeras páginas; piensa que ahí los autores buscan impresionar al lector) y decide sacarlo para su hermano –resulta ser Drácula, de Bram Stoker, hasta los libros que Boris le ofrece para que le ayuden en momentos difíciles hasta ese Sin novedad en el frente, pequeña joya de Erich Maria Remarke y del que he hablado también en el blog

   Cartas de cuervos, bella metáfora para nombrar una fea realidad, la de las denuncias anónimas que se reciben en la comisaría donde trabaja el padre de Odile y que deben ser investigadas.  Estas cartas de cuervos, estas denuncias que nos muestran la maldad y mezquindad del ser humano, sobre todo cuando se siente protegido por el anonimato.  Delaciones que me llevan desde la inquisición  pasando por la guerra civil o los regímenes totalitarios (de uno u otro tipo) hasta llegar a nuestra realidad más cercana. Durante los momentos más duros de la pandemia hubo un amago de  promover la  DENUNCIA de aquellos que no cumplían con las normas dictadas.

 La novela transcurre en dos planos temporales y geográficos. Por una parte, el Paris de la segunda guerra mundial y la ocupación nazi; por otro, un pueblo de los  Estados Unidos, en los años 80. Al principio me sorprendió un poco -¿Como demonios había pasado de Odile y la biblioteca americana en Paris a encontrarme en el segundo capítulo con Lili,una cría estadounidense que me hablaba desde 1983? La novela no sigue una estructura lineal sino que la autora ha querido contarnos la historia intercalando estos planos temporales, a través de los diferentes capítulos y las voces de los distintos personajes. 

  Una novela sobre el amor a la lectura, un canto al papel y la importancia de las bibliotecas, una reivindicación de la amistad, de la capacidad de superar y seguir viviendo a pesar de las adversidades que nos depara la vida. Un libro que leerás con auténtico placer y que te dejara cierta melancolía cuando lo hayas terminado 

 

 

 


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