María Blanchard. Como una sombra

  Sirva este relato, querido lector, que has tenido a bien tener  entre tus manos para reparar, aunque sea en pequeña medida,  la injusticia cometida con esta mujer, dotada de una sensibilidad y capacidad creativa que asombraron a la crítica y a todos los pintores de la Escuela de París. María Blanchard merece ser reconocida como una de las artistas más vanguardistas y originales del siglo pasado. 

      Las mismas palabras con que Baltasar Magro finaliza María Blanchard. Como una sombra  me sirven a mí para iniciar el comentario sobre un libro que llevaba mucho tiempo con ganas de leer. Sentí cierta decepción inicial al saber que en lugar de una biografía al uso sobre la pintora,mera una novela;  decepción que se convirtió en disfrute a medida que leía.

   El autor se centra en los últimos momentos de la vida de Blanchard, cuando ya es una sombra de sí misma, muy enferma, pero sin dejar de trabajar. Apoyándose en los recuerdos de María y en sus conversaciones con Quiela (Angelina Beloff) nos hablará también en su infancia, de lo que la llevó a convertirse en pintora o de sus años felices en París y su amistad con muchos otros artistas –Diego Rivera, Juan Gris, Picasso, Modigliani .

    Por sus circunstancias personales y por su original contribución al arte, la podemos considerar la Frida Kahlo española, aunque nunca haya estado respaldada por el “merchandising” que convirtió a la mexicana en todo un símbolo y un referente de primer orden. María Blanchard apenas es conocida por el público y no porque su obra no merezca esa dedicación e interés, sino por decisión de la crítica posterior a su muerte y la desidia de los historiadores y, en consecuencia, del cruel mercado del arte, donde debía figurar como una de las artistas más importantes del siglo XX. “La más grande y enigmática pintora de España”, escribió Ramón Gómez de la Serna. 

 Es curioso que en esas páginas finales Baltasar Magro diga que también el museo Reina  Sofía ningunea a la pintora ya que retira sus cuadros, aun contando con bastantes, cuando  se necesita espacio para alguna exposición. Fue precisamente alli donde supe  de María Blanchard;  en esta entrada explicaba como la conocí  de forma accidental y como me impresionó su obra. Finalizado el libro, releí la entrada y las impresiones que me causó la exposición y que plasmé en el comentario del blog coinciden bastante con lo que Baltasar Magro plantea. 

   El libro está lleno de reflexiones sobre los artistas, no solo como tales sino como personas –Picasso, siendo un genio no parece que fuera una persona muy agradable; sobre la relación de amistad y competencia que tenían entre sí. 

 También te hace pensar en la  difícil  situación por la que pasaban las mujeres artistas,  que  eran relegadas y preteridas frente a los hombres, tal como pone de manifiesto Quiela cuando dice que muchas de sus ideas (era una ilustradora brillante) son descartadas por ser suyas a favor de otras masculinas que no tiene tanta calidad. Eso me hizo pensar en Tamara Lempicka , que también sufrió esa situación en Paris.

 Igualmente me vino a la mente la rusa  ya que también ella tenía un  gran conocimiento de los artistas clásicos, algo que se refleja en su obra a pesar de su modernidad

[...] Ella conoció de pequeña los beatos que le mención Picasso. […] Admiraba a muchos artistas clásicos, especialmente a los primitivos florentinos como Masaccio o Giotto, y a los iluminadores medievales, incluso a los más lejanos, los persas, a los que tuvo ocasión de estudiar cuando visitó la colección del British  

 Me voy de Blanchard y Lempicka y de la pintura a  la gastronomia y a la escritura. Cuantos  escritores noveles que se las dan de modernos desprecian la literatura clásica y cuantos nuevos cocineros desprecian por  aburrida y desfasada la cocina tradicional; tanto unos como otros no se dan cuenta de que es ahí donde está la base creativa, a partir de la cual podrán luego crear-. Recuerdo haber oido hace unos años a alguien con ínfulas de escritor que decía muy ufano que no leía nada escrito anteriormente a 1975, porque era "viejo".

  No se me entienda mal, creo que el arte debe evolucionar pero debe hacerlo con sentido y conocimiento (Centrándome en las artes escénicas, odio esas escenografías que buscan ser "modernas y transgresoras" pero lo único que consiguen es ser un despropósito. Pienso en el "gusiluz" en que conviertieron a Tamino en la puesta en escena de la Flauta Mágica de la pasada temporada de opera de Oviedo)

  Por eso me gusta y transcribo la conversación que mantiene María con un cliente y amigo, Andre, sobre el motivo por el que abandona el cubismo: 

_ ¿Por qué dejaste el cubismo? […]

_¿Abandonaste el cubismo porque no se entendía? […]

_ Mucha gente nos rechazó. Incluso se llegó a decir que lo que hacíamos era un juego de niños y que utilizábamos líneas rectas y ángulos absurdos porque no sabíamos pintar como los demás. Yo expuse en España con Diego Rivera y nos insultaron como si fuéramos unos apestados, nos querían quemar en la hoguera por hacer cuadros tan raros.

_ ¿Fue una reacción contundente contra lo clásico? –planteó André

_ había que evolucionar, buscar nuevas propuestas en el arte pictórico, en el arte en general. Una especie de cuarta dimensión. La puntura llevaba siglos rigiéndose por las mismas leyes. Fíjate, Renoir o Manet están muy próximos a Rafael o Miguel Angel. Creo que lo que hicimos estuvo bien: abrir caminos a la pintura, explorar otras posibilidades, plantear un enfoque distinto que nos proporción más creatividad y soluciones nuevas para interpretar lo que nos rodeaba. El cubismo era imprescindible para avanzar, no podíamos permanecer anclados a los mismos planteamientos. Fue el revulsivo que necesitaba el arte (pag.66-67)                                                                                       


                                                     

 Subrayo ese Porque no se entendía porque es cierto que el arte contemporaneo no es fácil de entender; eso hace que muchas veces lo rechacemos simple y llanamente porque no lo entendemos. Acercarnos a él nos supone un esfuerzo, pero si dejamos a un lado nuestros prejuicios puede resultar no solo interesante sino enriquecedor. 

  Dicho esto, coincido con su hermana, en preferir  la Blanchard  de la última etapa, figurativa aunque con reminiscencias del cubismo y que desprenden en su mayor parte un aire doliente más que trágico

Carmen prefería el nuevo estilo, que había recuperado hacía ya diez años  tras imprimir un giro radical a su pintura y regresar a la figuración, la base de su formación inicial como pintora. No obstante, ahora el formato y sus propuestas estaban alejados de los postulados clásicos y eran muy personales. Utilizaba imágenes como si estuviesen cortadas por un buril, y las plasmaba con expresiones dolientes y con una perspectiva desconcertante. A veces Carmen pensaba que esa forma de representar a los seres que poblaban sus cuadros era la sublimación de las dolencias más íntimas de su hermana, las que evitaba mostrar a sus seres más cercanos. (pag. 33)

En resumen, un libro que me gustó mucho no solo porque es una forma de conocer un poco más a una  pintora que me impresionó y a la que admiro desde que la descubri sino porque creo que está escrito de tal forma que nos permite reflexionar sobre lo que es el arte, su evolución, el valor y la fama de los artistas (conceptos estos que por desgracia no siembre van de la mano) . Muy, muy recomendable 

 

                                                                                                                                                     

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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