La Forastera

 Hay libros que "sigues leyéndolos después de haberlos leído"; necesitas cierto reposo y cierta reflexión sobre lo leído para poder saber que te ha parecido.  La Forastera es uno de ellos.

Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas. La cancela siempre está abierta. No les tengo miedo. Chismorrean. Saben que escondo una escopeta en la cámara del grano, una vieja Sarasqueta del calibre doce. Creen que estoy loca porque frecuento el cementerio, hablo en voz alta frente a la tumba de mi madre, bebo, me río sola y apenas tengo trato con nadie. Tampoco me corto el pelo desde que murió mi vieja. Que estoy mal de la cabeza, dicen. Si acaso estoy loca de puro cuerda. Yo conozco mi sombra y mi verdad.
Aquí no toman afecto a los extraños como no se lo tomes tu primero a ellos, y a mi nunca me convino el esfuerzo. Prefiero tenerlos a raya

    De esta forma, desabrida, sin ambages, comienza La  forastera.  Con el reposo de la lectura y el paso de los días, me doy cuenta de que estas líneas que acabo de transcribir son toda una declaración de intenciones, tanto de la protagonista como de la autora. En ellas está la respuesta a mis preguntas ¿por qué La Forastera? La misma portada -una cerca que está desmoronándose - resume en una imagen esa idea. 

    No es una lectura amable; al contrario. Es  árida, seca, como el lugar donde transcurren los hechos. Mi estado anímico, algo bajo (fatiga pandémica, dicen) se rebelaba contra esa aridez y melancolía,  casi diría resignación, que  impregna la novela. A pesar de ello, todas y cada una de las veces, terminé por retomar la lectura; a pesar de todo, me atraía.

  Los hechos transcurren en algún sitio del sur peninsular del que no nos da detalles; tan solo sabemos que es una tierra yerma y donde el sol abrasa y el viento azota.  Puede que sea eso lo que me hizo pensar en Intemperie  o la aspereza de la novela pero frente a los personajes sin nombre de la novela de Carrasco aquí sí los conocemos. Angie, la protagonista; Ibrahima, el único amigo que tiene en este lugar; don Andrés, el cura; Dionisio, el capataz  o don Julian, el propietario de Las Breñas, al que se refieren como  el patrón

  La novela comienza con el suicidio de don Julian; este hecho va a a transformar la vida de muchas personas, desde la propia Angie a Dionisio, el capataz o de don Andrés, el cura o Rodales, el borracho del pueblo

   El del patrón no es el único suicidio que se ha dado en estas tierras. En los últimos meses lo habían hecho otras dos personas. Según comentan en el bar de Tomás, donde se reúne Angie con los otros marginales del pueblo, no hay dos sin tres. Dicen además que es algo que se lleva en la sangre: la abuela y el padre de don Julián también se habían suicidado. 

[…] Todo me trajo hasta aquí, y aquí estoy bien si no fuera por los días en que el viento atosiga la casa, cuando caen puñados de tierra entre las vigas y tabletean los postigos de las estancias vacías. Al principio de quedarme sola, cuando murió mi madre, me aterraban de noche los chirridos de la veleta sin engrasar, los gemidos casi humanos del gallo loco movido a merced de las ráfagas, sin encontrar su norte. Solo me da miedo el viento que todo lo confunde. 

¿Herencia maldita que se lleva en la sangre? ¿El viento de la zona que vuelve loca a la gente? Sea como sea, según cuenta el párroco, hace tiempo vino por aquí un investigador que estaba interesado en estudiar la elevada tasa de suicidios que se daban en estos lugares. 

  Toda la novela es un largo soliloquio de Angie, que va  hacia delante y  hacia atrás, tan pronto recuerda su vida en Londres, junto al pintor que fue su gran amor, o a su padre y su vida en Barcelona, como vuelve al momento actual y a sus encuentros con Rodales para intentar averiguar lal verdad sobre su pasado.

  Ya he dicho que es una novela dura pero porque así es la tierra y la vida de los protagonistas. Una vida en que el  tiempo se sucede con morosidad,  de personajes resignados a las circunstancias y  aspereza de su vida. Aquí más que maldad encontramos mala querencia,  como la de Fortunata, la sacristana. O actos marcados por la codicia (la tala de los almendros o el envenenamiento de los perros para presionar a Angie 

   Ttras esta reflexión sobre La Forastera, este seguir leyéndola después de leída ¿Puedo ya decir si me ha gustado? De nuevo, no cabe un simple si o no. Me parece que está muy bien escrita y que además no te deja indiferente -prueba d ello es que a pesar de mis intentos, no fuí capaz de abandonarla.   Ahora bien no me parece la lectura más adecuada en estos tiempos en que, al menos yo, necesito algo más amable. 

Comentarios