Seguimos sin salir del teatro. Si en la entrada anterior hablaba de la (magistral) adaptación teatral de Señora de rojo sobre fondo gris, con un soberbio José Sacristán hoy traigo a colación otra obra de teatro pero está vez en su versión escrita.
Hace uno o dos años, en una visita a casa de mi hermana me encontré con
un ejemplar de Casa de muñecas que era de mi sobrina y decidí cogerlo prestado. Se lo devolví sin leerlo pero este verano, no sé muy bien por qué, decidí volver a
pedírselo y esta vez sí lo leí. ¡Comprendo perfectamente que se le cite como
una de las primeras obras feministas!
Hay otros detalles que nos dan idea de ese concepto de “propiedad y
objeto bonito” como cuando al ser descubierta por Helmer comiendo almendrados
recurre a decir que son un regalo de la señora Linde: Como ibas a saber que Torvald los tiene prohibidos. Tiene miedo,
sabes, de que me estropeen los dientes. Pero bah,… ¡por una vez
Pero donde la modernidad de Ibsen y su texto resultan más palpables es
al final del tercer acto, cuando todo se precipita tras la lectura de la carta
Siempre quise tener una casa de muñecas |
Casa de muñecas, de Henrik
Ibsen fue la primera representación teatral a la que acudí. Fue en el teatro
Campoamor e iba con mi hermana. No recuerdo cuantos años tendría, no creo que
más de 17 o 18. Y apenas recuerdo nada de la obra, más allá de la borrosa imagen de un sillón, que formaba
parte del atrezzo. Dado mi afición al
teatro, la representación no debió dejarme mala impresión.
Puede resultar curioso que siendo tan aficionada a verlo, no lo sea a leer teatro. Al fin y al cabo las obras
de teatro se escriben para ser representada; sucede lo mismo con los guiones de cine. Por supuesto que pueden leerse pero su objetivo es servir de base para el
rodaje y montaje de la película.
Mientras leía el primer acto me venía a la cabeza
una de mis “asociaciones indebidas” y me acordaba de Rebeca, de Hitchock
y en como el protagonista trata a su mujer de la misma forma que lo hace Helmer
–como “una cosita bonita, que no debe preocuparse”-. Son muchas las ocasiones
en que este llama a Nora, su alondra o pequeño chorlito. Incluso la propia Nora
se refiere a si misma de esa manera.
También en ese mismo acto se plantea algo que será el eje sobre el que
se plantea el drama de la obra. Las mujeres no estaban capacitadas para pedir
préstamos sin el permiso del marido; o dicho de otra forma, no tenían capacidad
legal si no estaban avaladas por un hombre.
escena de Rebeca |
O un poco antes, hablando con la citada señora Linde Nora dice: Si... un día quizá;… dentro de muchos años, cuando ya no sea lo atractiva
que soy ahora. ¡No te rías! lo que quiero decir, naturalmente, es: cuando
Torvald ya no se sienta atraído por mí como ahora; cuando deje de encontrar
divertido el que baile para él, y me disfrace y recite
Si en los dos primeros actos Nora se comporta como una niña, es en el
tercer acto, tras la fiesta, cuando de repente, pasará a convertirse en mujer
adulta y es también ahí donde quizás Ibsen resulta más rompedor. Pero antes de
llegar ahí, hubo algo que me llamó la atención y que desgraciadamente, más de
un siglo después, sigue sucediendo:
Helmer: […] Tú has sido lo único que he deseado la noche entera. Cuando te veía
correr y girar en un vértigo con la tarantela… me ardía la sangre; no pude
aguantar más tiempo; por eso te traje tan pronto…
Nora: ¡Vete,Torvald! Apartate de mí. No quiero eso
Helmer: ¿Qué quieres decir? Bromeas conmigo, pequeña Nora. ¿no quiero, no
quiero? ¿NO soy tu marido?
Porque lo cierto es que más de ciento treinta años después de su
publicación, lo que plantea Ibsen en Casa de Muñecas sigue dándose. La visión
de la mujer objeto, que debe estar guapa y mantenerse joven o su marido la
dejará; la idea del débito conyugal. No hace demasiados años, las mujeres
españolas estaban en la misma situación que Nora: para viajar o abrir una
cuenta bancaria, por ejemplo, necesitaban el permiso de su marido.
Silvia Marsó y Roberto Alvarez en la versión teatral de 2010 |
Helmer: Es algo tan increíble que no puedo concebirlo. Pero debemos pensar en lo
que hay que hacer. Quítate el chal. Quítatelo, te digo! Tengo que darle
satisfacción de un modo u otro. Hay que acallar el asunto a cualquier precio… Y
en cuanto se refiere a nosotros, debe parecer que todo sigue igual. Naturalmente, solo ante los demás. Vas a
seguir aquí, en casa, por supuesto. Pero nada de educar a tus hijos; no me
atrevo a confiártelos. ..¡Oh, que tenga que decir esto a quien tanto he amado y
a la que aún… ¡ NO esto se acabó. De ahora en adelante no hay felicidad
posible; solo será posible salvar los restos, los jirones, las apariencias.
Tras eso, cuando llega la segunda
carta, dirigida a Nora y Helmer la lee, entonces este le dice: Y sufriste sin encontrar otra salida que..
NO, no nos acordemos de este horror. Solo hemos de alegrarnos y repetir: se
acabó, se acabó. Escúchame, Nora: parece que no te has dado cuenta: se acabó.
¿Pero qué te pasa… esa cara tan seria? Ah, ya comprendo, pobre Nora: no puedes
creer que te haya perdonado. Pues te he perdonado, Nora, te lo juro; te lo he
perdonado todo. Bien sé que cuanto hiciste lo hiciste por amor hacia mí
¡Le ha perdonado! Ahora sí sabe
que cuanto Nora hizo lo hizo por amor hacia él. No me extraña que Nora tome
consciencia de la realidad de su matrimonio.
Quiero decir que pase de manos de papá a las tuyas. Lo dispusiste todo a
tu gusto, y yo adquirí el mismo gusto que tú; o lo fingía; no sé exactamente…
creo que las dos cosas, tan pronto una como la otra. Cuando ahora pienso en
ello, me parece haber vivido aquí como
una pobre…al día. He vivido de hacer gracias para ti, Torvald. Pero eso era lo
que tú querías.
[…] Pero
nuestro hogar no ha sido más que un cuarto de jugar. Aquí he sido tu mujer
muñeca como en casa era la nena muñeca de papá.
Y ya el final donde Ibsen nos
presenta a una Nora adulta y consciente y también muy valiente. Es
probablemente este diálogo la prueba de lo avanzado del texto ya que aún hoy
esa igualdad, no siempre está patente:
N: ¿A qué llamas mis
deberes más sagrados?
H: ¿Es que tengo que
decírtelos? ¿Es que no estás obligada a tu marido y a tus hijos?
N: Tengo otros deberes
igualmente sagrados
H: No tienes ningunos.
¿Qué deberes son esos?
N: Deberes conmigo
misma.
H: Ante todo eres
esposa y madre
N: Yo no lo creo así:
Lo que creo es que ante todo soy un ser humano, yo exactamente como tú…
o en todo caso, que debo luchar por serlo. Sé perfectamente que la mayoría te
dará la razón, Torvald y que algo así se lee en los libros. Pero ya no puedo
contentarme con lo que dice la mayoría ni con lo que se lee en los libros. Debo
pensar por mi misma y ver con claridad las cosas
No me extraña que esta obra fuera
un gran escándalo en su época pero lo que resulta más perturbador es que lo
denunciado en ella seguía siendo común
casi un siglo después (pensemos en la década de
los 60 y 70 del siglo pasado) y que por desgracia, aún hoy ya entrados
en el S.XXI. existen muchas Noras y muchos Helmer.
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