Esta obra de teatro vino a sustituir a otra inicialmente programada
dentro de las Jornadas de Teatro de Avilés. Nada más leer la noticia en el
periódico donde hablaban del cambio en la programación tuve claro que ¡no podía
perdérmela!
Por un lado, tenía muchas ganas de ver actuar a José Sacristán, a quien
no había conseguido ver en Muñeca de
porcelana, con la que había recibido unas críticas excelentes. Por otro,
Delibes es uno de mis autores preferidos como he dejado constancia en el blog.
No era la primera vez que veía la versión
teatral de una obra de este escritor. Hace algunos años vi Cinco horas con Mario con Natalia Millán como Carmen Sotillo a la
que durante tanto tiempo y con tanto éxito había dado vida Lola Herrera.
Ya entonces, había releído la novela hacía
relativamente poco, me había preguntado como harían la adaptación. De nuevo me
lo planteé; esta vez con más motivo ya que era primera adaptación teatral de Señora de rojo sobre fondo gris.
Pensando en cómo redactar este texto se me ocurrió que la novela
encajaría perfectamente dentro del grupo que he dado en llamar Entre realidad y ficción -obras en que
el autor nos habla de su vida, la realidad, mezclándolo con otros elementos, la
ficción-. Cuando hablé sobre ella en el blog comentaba que era una carta de
despedida del autor a su gran amor, su mujer fallecida. Para ello se ampara
tras el protagonista, un pintor que
durante la enfermedad de su esposa ve como su inspiración desaparece.
La obra adopta forma de conversación, aunque es solo al protagonista a
quien oímos, ya que está contándole a su hija, que no estuvo presente durante
la enfermedad de su madre (encarcelada junto con su marido por motivos políticos) cómo
sucedió todo. Esto me da pie a comentar
que si el tema principal es la relación
con su mujer, desde que se conocieron hasta su fallecimiento, también
hay cabida para la crítica política aunque ocupe un menor espacio.
Ahora da la sensación de que Delibes fue un autor si no “afecto al régimen”
si cuanto menos tolerante. Leamos sin embargo Cinco horas con Mario y veremos la crítica, sutil pero demoledora
que hace del mismo; aquí también está presente esa crítica.
Leí alguna entrevista en la que Sacristán hablaba de su interés por esta
obra y de cómo hace bastante tiempo, había hecho una lectura dramatizada con el
propio autor. Luego por uno u otro motivo, el proyecto no había salido
adelante; hasta ahora. También comentaba que habían decidido centrarse en la
parte de la historia que tiene que ver con la esposa del protagonista. Aún así,
se mantiene algún destello de esa
crítica al franquismo, que estaba ya en su final.
La puesta en escena es sobria, como sobrio es el estilo literario de
nuestro autor. La escenografía, que hace un guiño al título de la obra, ayuda a crear el ambiente de melancolía que nos
irá envolviendo durante la representación. El escenario aparece convertido en
el estudio de nuestro pintor, donde todo es gris, excepto el taburete de color
rojo situado al frente, en una esquina
del escenario que aporta la única nota de color.
En cuanto a José Sacristán, qué decir… Me cuesta creer que tenga 81 años; la forma
de moverse por el escenario, de proyectar
la voz y que llegara a todo el
teatro. Qué gusto da ver a actores de ese calibre; lo considero un auténtico
lujo. Pero es que además consigue
hacerte real sus miedos, su dolor, y dibujar a Ana, aunque en su día no fuera
capaz de ser él quien pintara su
retrato. Ese en que aparece con el vestido
rojo y el collar de perlas y los guantes blancos sobre un fondo gris.
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