El
verano es el tiempo por excelencia de los viajes y las vacaciones. Me temo que
en mi horizonte más cercano no se vislumbra ni lo uno ni lo otro. Una forma de sobrellevarlo son lecturas
como este En tierra de Dionisio, de Maria Belmonte que te
permite viajar sin moverte de tu salón.
“Debo añadir que este no es un
libro de historia, pero ante el encuentro con personajes ineludibles como
Alejandro, Filipo, Olimpia y muchos más, he creído necesario incluir algunos
apuntes históricos sobre sus vidas. Tampoco es un libro de viajes, ni una guía
en la que se mencionen todos los lugares relevantes. En realidad, las páginas que siguen son mi
propia visión de la Macedonia griega, adquirida a través de los ecos que su
paisanaje iba depositando en mí. Es mi geopoética personal. También es el
resultado de lecturas, de películas, de encuentros con personas que me
esperaban o que el azar puso en mi camino. Mi memoria se fue poblando así de
imágenes, de recuerdos, de lugares y personajes históricos, de personas reales,
de animales, de ríos, lagos, montañas y fronteras. Con todo ello he creado mi
propio norte. Un norte que se fue revelando como una tierra oscura y misteriosa
si, pero también cálida y luminosa, capaz, en ocasiones, de deparar momentos de
la más pura embriaguez. (pág. 20-21)
He deambulado junto a la autora por esos
rincones de la Grecia más desconocida y alejada del foco turístico. No hay selfies, tiendas de souvenirs, ni colas quilométricas
para entrar en los sitios “de visita obligada”Al tiempo que me llevaba de la mano por ese territorio desconocido para mi, hizo que me plantease la forma en que viajamos en la actualidad y qué tipo de viajera me gustaría ser.
Está bien viajar a un país del que no se sabe casi nada –escribe Andrzej Stasiuk en De camino a Badadag-. Entonces, los pensamientos se acallan […]. Hay que empezar todo de nuevo […] la memoria pierde sentido” Con ese ánimo me adentré en Macedonia, a veces sola, a veces acompañada de algún amigo generoso. (pag. 20)
[...] Entonces llegó ese momento en que cualquier buen degustador de ruinas se pregunta por lo que resulta invisible, pero que intuye que está ahí, junto a él. No podía contemplar cómo era Pela hace dos mil cuatrocientos años, pero su belleza truncada se manifestaba como si fuera los fragmentos de un antiguo poema gestado con el lento ritmo de los siglos. A mí me correspondía reunirlos de nuevo e imaginar la antigua grandeza, los banquetes, la música, los bailes, las paredes pintadas con delicados frescos de sus villas, los emisarios extranjeros, las estatuas de los templos, los brillantes mosaicos, los visitantes distinguidos. Los comerciantes que ofrecían exóticas mercancías, el trajín de las calles, las conversaciones de los ciudadanos en el ágora, las voces imperiosas de los militares, los sonidos de las fuentes, las risas y los llantos, … las sombras de Eurípides, de Olimpia, de Aristóteles, de Filipo y de Alejandro flotando en el aire. […] (pag. 79
Maria Belmonte no solo ha tenido la capacidad de llevarme de la mano para descubrirme esa zona oscura y más desconocida de Grecia. Gracias a sus palabras y a las reflexiones que me provocaron, volví a pasear por Efeso o Mileto; me volví a encontrar en Enna, en la villa del Casale, contemplando el mosaico de las chicas del bikini e imaginándome las fiestas que debían organizarse en aquella villa.
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