Villanos victorianos: una antología, recopilada por Michael Sims

  (Trad. Raquel García Rojas)

 En una entrada de su siempre interesante blog, Elena Rius señalaba su hartazgo de psicópatas, en lo que coincido plenamente con ella. Hace unos días, mientras leía  esta antología de villanos victorianos me acordaba de dicha entrada y pensaba que a su autora  le gustaría este libro.

 De vez en cuando me gusta volver a los clásicos del género, a los que Siruela ha dedicado una colección Biblioteca de clásicos policiales. En tapa dura, las ilustraciones de la portada recuerdan,  si no es que recuperan, las ilustraciones originales. Otras editoriales también están recuperando estos clásicos: Impedimenta ha publicado a Edmund Crispín o a Margery Allingham. Y se han reeditado hace poco las aventuras de Arsene  Lupin.  También me vienen a la mente dos novelas modernas que siguen un poco esa tendencia. Hablo de Las siete muertes de Evelin  Hardcastle, de Stuar Turton o El club de los crímenes de los jueves, de Richard Osmar. Puede que no seamos las únicas hartas de psicópatas.

 Me relaja leer estas novelas donde me encuentro con gente educada, que bebe champán, desayuna riñones al jerez o se cambian de ropa para cenar. Novelas en que los criminales hacen alarde de astucia. Ente tanta   truculencia, brutalidad y, permítaseme el término, vulgaridad (triunfa la estética Kardashian), un descanso.  -Estoy viendo a mi sobrina, diciéndome por detrás de mi hombro: _Es que tu siempre has sido un poco estirada-.

  Vuelvo al titulo que nos ocupa y voy a pedirle al antólogo,  Michael Sims,  sus palabras prestadas para que nos explique el porqué del libro y lo que vamos a encontrar en él.

  Este volumen recopila relatos sobre ladrones de la época del alumbrado de gas, de modo que debo definir tanto “época del alumbrado de gas” como “ladrón”. […] Técnicamente, el periodo histórico real del alumbrado de gas empezó en 1807, cuando la calle Pall Mall de Londres se iluminó por primera vez como un reino de cuento de hadas. Edison inventó la bombilla incandescente –la lámpara de filamento que sustituyó al alumbrado de gas- en 1879 pero es probable que ninguna ciudad terminase de reemplazar el sistema hasta después de la Primera Guerra Mundial. […]

  Por tanto, me sentía a gusto usando el término para incluir relatos que se publicaron entre mediados de la década de 1890 y principios de los años veinte del siglo XX, más o menos hasta Sherlock Holmes. Para mí, la luz de gas evoca un estado de ánimo y una voz, ambos de una luminosidad romántica, con escenas destiladas de Robert Louis Stevenson, Charles Dickens y Arthur Conan Doyle. El término evoca un contexto urbano, pero sin la estruendosa molestia de las carreteras modernas; personajes sofisticados, pero no los cínicos del siglo XXI. En cuanto imagino una farola de gas, el departamento de efectos especiales de mi cabeza la rodea de niebla londinense. Luego llega el traqueteo de un cabriolé sobre la calle adoquinada y el relincho de un caballo… aunque varias de las historias recogidas en este volumen se desarrollan en otros lugares de Europa o en los estados Unidos, y las últimas aventuras incluyen teléfonos y automóviles.

[…]

¿Y qué hay del término “ladrón”? Las páginas que siguen no están, desde luego, poblada por los sospechosos habituales. Los criminales de estas historias se arman con ingenio más que con pistolas. El lector encontrará estafas y robos, falsificaciones de arte y contrabando de diamantes, pero no se tropezará con ningún cadáver en la biblioteca […] Tal y como implica el término “artista de la estafa”, estos relatos tratan sobre la habilidad y la imaginación, es una reunión de granujas, no de villanos. […]

Comentarios

Elena Rius ha dicho que…
Este libro ya estaba en mi radar, pero con tu recomendación, lo está doblemente. ¡Gracias también por la mención! A ver si todos podemos descansar un poco de psicópatas, que nos tienen hasta el gorro.
lammermoor ha dicho que…
Gracias a tí por los buenos momentos que me deparan tanto la lectura de tu blog como las lecturas a las que llego gracias a él. Y si, espero fervientemente que podamos descansar de ellos ¡Menudo hartazgo!